La densa noche, arropada por algunos atisbos de brisa dibujados por escombros paseando a través del OutPark, encubren a la extraña pareja que forman John Meier y Paul Red sentados en un banco. El habito los acompaña, un nexo siempre visible, papel de aluminio, fuego, temblor y un polvo ocre que se diluye en pequeños grumos y fugaces burbujas. John, apodado como El Judio en la Ciudad, acaricia su larga barba canosa con una mano, mientras la otra descansa medio muerta sobre un pliegue de su andrajosa gabardina. Paul sorbe espasmódicamente a través de una cánula de vidrio, mostrando un reflejo nocturno, la mala estrella. Y así ambos se acompañan adivinándose en la noche.
– ¿Alguna vez has escuchado cantar a la diosa Callas? – pregunta John sosteniendo la voz más allá de su aliento.
– Sí, ahora la estoy escuchando… es lo único apreciable de esta ciudad, si quieres que algo exista, existe – sentencia Paul perdido en el trance opiáceo. Una lágrima surge y resbala ahogándose en la mullida barba de John.
– Aún recuerdo a mi mujer, sentada al lado de la radio, con los ojos cerrados, arropada por Carla y Hans, nuestros hijos, y el lamento de Maria Callas llenando toda aquella visión…
– Los recuerdos son malos John, lo mejor que puedes hacer es olvidar, te haces daño, créeme, no recordando serás feliz – corta Paul dejando que su cuerpo se expanda sobre el banco.
– ¿Feliz? ¡Con todo lo que ha pasado!
– ¿Y que es lo que ha pasado? – replica a John algo despreocupado.
– No lo recuerdo – admite John lacónicamente.
– Lo ves, mejor así amigo. Mejor así.
La ignorancia se pasea por la ciudad, por aquel banco, convirtiendo a sus ocupantes en desconocidos de si mismos, ajenos a las desdichas y a las dichas. John Meier Goldsmith alias el Judio, de cincuenta años. Enfermedad, esquizofrenia, ocupación anterior, perista de diamantes, familia, mujer y dos hijos, desdicha, asesinarlos el día del Yom Kipur, expiación y perdón. No recuerda nada y su enfermedad le sigue acompañando, entre pequeños momentos del pasado, virutas que van desprendiendo su juicio.
– Tengo la sensación que he nacido para esto – expresa Paul con voz lineal casi adormecida.
– Vuelven las voces, tengo que irme, vuelven las voces, tienes que alejarte – repite nervioso John.
Y así se separan, Paul desmayado presa del crack, John corriendo compulsivamente cercano a su próxima transformación, salvando a su compañero de banco, pero indudablemente sentenciando a algún otro inocente, que presa del arbitrio acabará sus días entre las callosas manos de John. Dios nunca llegó a esta ciudad y todos sus habitantes…